El mundo como un organismo
 
 
 
Solemos ver nuestro mundo como un lugar lleno de objetos individuales y cuerpos materiales, como montañas pobladas de árboles, ciudades repletas de construcciones, diseños, personas, coches, el cielo copado de nubes y estrellas... Nos es tan fácil diferenciar cada cosa visualmente como otorgarles un nombre.

Ahora en cambio, visualicemos el mundo como una bola acuosa, blanda pero densa, orgánica y maleable. Observemos todas las cosas materiales e intangibles fluyendo entre sí, inmersas en esa bola que se autorregula y se autoequilibra constantemente.

Un conflicto social o político, el equilibrio del ecosistema, la salud mental de cada una de las personas, la evolución de la economía, la creación de nuevas corrientes artísticas, nuevas formas de pensamiento y experimentación, el progreso del conocimiento y de la Ciencia, la irrupción de una enfermedad o un virus, un artista en su proceso de creación, un niño que llora, el inconsciente colectivo de un país, la sala de espera de un hospital, un cambio de legislación… todas ellas son realidades tangibles e intangibles que fluyen y dialogan en un mundo interdependiente entre sí, del que somos partícipes.

En esa bola nada se aleja de su esencia natural. Todo fluye y se reequilibra constantemente dentro de la densa masa que lo integra. Si una parte se ve deformada, habrá indicios en su alrededor que lo confirmen, pero no como suceso puntual de causa y efecto, sino como connivencia, como responsabilidad de todo el cuerpo para que se haya producido esa deformación local.

Para nosotros, es más difícil observar esa `masa´ o `realidad global´ al mismo tiempo que reducirlo a una serie finita de causas y efectos. Pero como apreciarlo todo desde todos los puntos de vista (que sería como conocer todas las partículas del Universo) es imposible, lo mejor que podemos hacer es tratar de influir sobre dicha deformación desde todos los puntos posibles.

Influir en un círculo vicioso es abordar desde todos los puntos posibles los problemas y conflictos que re-empujan su dinámica circular y que cronifican su inercia en un movimiento perpetuo. Dicho círculo vicioso genera más puntos de conflicto, problemas y tensiones, por lo que tratar de interrumpir su circularidad es ir resolviendo esos puntos. Aunque también aparecen otros nuevos. Pero a medida que se resuelven los puntos de conflicto, cada vez aparecen menos, y la inercia se va rebajando hasta que el círculo se difumina, o si no borrado del todo, quede solo la estela de lo que nos sucedió y que nos recuerda lo que debemos prestar especial atención si no queremos que se reproduzca. Son como `marcas´ o `cicatrices´ que quedan en nuestro historial que podrían volver a abrirse y reactivar el círculo vicioso. Pero ahora ya conocemos el círculo virtuoso, que nunca desaparece, y que nos permite salir del vicioso dejando un lugar para la esperanza.

Obviamente, con el ejemplo del círculo hemos reducido la cuestión a dos dimensiones para que se entienda fácilmente. Pero la realidad es una afluencia de conflictos que provienen desde todas las direcciones; situaciones que `nos amasan´ y ejercen una deformación en el `todo orgánico´ al que pertenecemos. Ese reequilibrado de fuerzas y tensiones se resuelve a medida que nuestro entorno cercano comprende nuestra situación local. Pero eso solo ocurre si primero la comprendemos nosotros y aprendemos a comunicarla de forma oportuna a los demás. Así pues, la transformación empieza realmente en nosotros mismos. Es un constante diálogo entre lo que somos nosotros y el resto, influyéndonos mútuamente, hasta que el reequilibrado conjunto se hace propicio para todas las partes.

No habrá una revolución profunda en los conflictos políticos y sociales si no salen bien paradas todas las piezas que forman el entramado. Aunque eso no ha de ser inmediato, sino que al menos sean conscientes de que los cambios que están emprendiendo van a ser positivos para ellos mismos a largo plazo. Para ello será importante que amplien su campo de visión, tanto en el radio de influencia que los afecta (su capacidad de empatizar con problemas lejanos) como por el tiempo transgeneracional que les influya (pensar en el futuro de su descendencia), y así comprometerse a realizar los cambios necesarios aunque para ellos suponga un perjuicio personal a corto-medio plazo.

Es interesante que piensen en la realidad como un todo orgánico, en que el beneficio de los demás y el equilibrio de todas las partes les va a terminar retribuyendo, no solo en lo material, sino también en lo espiritual e intangible. Que gocen de la alegría de obrar bien por el bien de todos. Tal vez tan halagüeña visión del futuro no sea una utopía, y el mundo termine comportándose, efectivamente, como un organismo.


(Enric Berneda)

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